miércoles, 8 de marzo de 2017

La perversión del lenguaje

(motherkiller.com)

Esta mañana, durante el transcurso de la Jornada celebrada por CCOO en San Fernando con motivo del día de la mujer - que ya nos vale tener que seguir fijando en pleno siglo XXI un día para recordarnos que las mujeres son personas - ha vuelto a salir a colación un término que viene sonando últimamente y que me chirría en los oídos, "micromachismo".

El machismo es lo que es. Una lacra social que hemos padecido, y padecemos, hombres y mujeres, ellas infinitamente más que nosotros, que no admite escalas ni baremos.

Desde que publicistas y mercachifles usurparon las palabras a los poetas, venimos asistiendo a una suerte de birlibirloque del vocabulario que no hace más que promover el confusionismo y la dejadez.

Una mentira flagrante ahora es "postverdad"; un sinvergüenza es sólo un "investigado". No, mire usted, yo es que sólo soy micromachista... Aplicando la misma lógica y malabarismo verbal podríamos llamar microfascistas a toda la tropa neoliberal que nos da lecciones de democracia y a los que les cuesta sacudirse el ramalazo franquista de sus genes.

Me parieron y educaron machote. Crecí machista y, a pesar de haber pasado casi toda mi vida intentando librarme de esa carga y promoviendo hábitos y valores igualitarios en niños y jóvenes, moriré machista. Era el signo de aquellos tiempos. Por eso reivindico mi derecho a ser llamado machista, sin una letra más ni una menos. Para no distraerme. Para no se me olvide. Para no cejar en el empeño.

No caigamos en la trampa. Empezamos hablando de micromachismo y acabamos justificando que "la matara porque era suya" y tragando que los niños tienen pilila y las niñas almejita. No nos lo merecemos, ELLAS no se lo merecen.

Enrique Martínez Batista